martes, 3 de septiembre de 2013

Hablar antes que luchar


 
Era el año 1105 en un pueblo al sur de Nápoles. Un martes por la mañana  nace  Arturo, hijo del General Limberti y de Angelina, una hermosa y humilde campesina. En este simple hogar Arturo creció y se formó.  

Pasaban los años y Arturo siempre miraba cómo su padre salía a las interminables guerras y batallas liberadas en aquellos años en Italia. Veía como aquel hombre de acero regresaba a su casa y a su familia cada vez más cansado y más violento. Siempre pensó que era lógico que su padre se contagie de la barbarie y de la violencia que vivía en cada viaje que emprendía. Las carnes y los vinos en las cenas ya no eran lo mismo que antes y las sonrisas cada vez eran menos frecuentes. Arturo siempre pensó que esto se debía a las batallas y sabía que tarde o temprano le tocaría vivir la misma vida y andar por los mismos caminos que él. 

Arturo soñaba con una vida de paz y tranquilidad, pero siempre supo que no le tocaría en esta vida. Pasaba horas y horas soñando cómo hacer para evitar este futuro. Pero ese día llegó.
Era un domingo en familia. Todos juntos a la mesa como siempre, disfrutando de un buen vino y de una espectacular carne asada que Angelina había hecho. De pronto su padre, el General, le dice a su niño que el lunes lo espera en el regimiento para empezar con su entrenamiento. 

Llegó el lunes y Arturo no tuvo otra opción más que presentarse en el regimiento para empezar con su entrenamiento. Pero sus creencias fueron más fuertes y se negó a hacer una preparación de batalla, siempre creyó que la agresión no llevaba a nada. Encontró en este problema la solución que siempre había buscado. Se formó en el regimiento, pero en el uso de la palabra y no de la espada.  Su padre, decepcionado, le negó el saludo y le quitó todo respeto, pero Arturo no cambió de opinión. Después de años y años de luchar contra esto, Arturo se convirtió en el primer italiano en llegar a un acuerdo de paz firmado con la palabra y no con la sangre. Su padre, al ver el progreso y el ejemplo de su Arturo, en su último día de vida, le agradeció a su hijo por la enorme lección que le había dado, cerró los ojos y se despidió para siempre con esa sonrisa que hacía años Arturo no veía. 

Por J. Prieto Araoz 


1 comentario: